BIOGRAFÍA DEL DR. ANASTASIO GARCÍA LÓPEZ
El Dr. D. Anastasio García López nació en el pueblo de Ledaña, provincia de Cuenca en 1824.
Huérfano de padre a la tierna edad de cinco años, los constantes afanes maternales lograron que empezara en 1838 los estudios de Filosofía en el Seminario e Instituto de segunda enseñanza de Murcia, donde obtuvo el grado de bachiller en Filosofía con las mejores notas.
En 1841 comenzó los estudios de médico cirujano en el Colegio de Medicina de San Carlos de Madrid, hasta que en el año 1848, termina su carrera con notas todas de sobresaliente, obteniendo el título de Licenciado.
Como licenciado en Medicina y Cirugía, se desempeñó en distintos pueblos de la Península, entre ellos como médico titular de Cebreros (Ávila), Navalperal de la Mata (Cáceres), subdelegado de Medicina al poco tiempo, comisionado por el Gobierno para estudiar una epidemia especial en los pueblos de Casatejada y Serrejón, y analizar las aguas de la Fuente del Oro; subdelegado de Sanidad y titular de Medinaceli; médico director por oposición del Hospital Provincial de Soria, ingresando también por oposición en el Cuerpo de médicos directores de baños minerales de España, siéndolo de los de Cestona, Alhama de Aragón, Panticosa, Ledesma, Caldas de Oviedo y Archena; catedrático numerario de Fisiología e Higiene y auxiliar de Medicina legal y Toxicología en la Universidad de Salamanca, donde en el año 1868 obtuvo el grado de doctor en Medicina, leyendo un notable discurso sobre el croup y su tratamiento homeopático, que fue muy aplaudido; regente más tarde de la cátedra de Psicología y Lógica en la Universidad Central, donde pasó con nota de sobresaliente un curso especial de lengua griega y otro de Economía política; diputado republicano en las Cortes Constituyentes de 1873.
A lo largo de su vida se hizo merecedor de innumerables distinciones honoríficas por su abnegación y desinterés en ocasiones, como en la epidemia colérica de 1855, siendo médico titular de Medinaceli, época en la cual asistió gratuitamente a los coléricos de otros pueblos circunvecinos, y más tarde en la de 1865 en Madrid, ofreciendo gratuitamente sus servicios a la Junta de Beneficencia para asistir a los pobres afectados en el distrito de Buenavista, por cuyos importantísimos servicios fue condecorado con la cruz de Beneficencia de primera clase, que compensó en parte la propuesta y Real orden de 5 de Abril de 1850, no realizada, para la cruz de epidemias por los valiosos servicios prestados en la primera epidemia colérica de los pueblos de Medinaceli y sus limítrofes, mereciendo también por su laboriosidad y poderosa iniciativa ocupar puestos distinguidos en numerosas Sociedades científicas y literarias, de que fue miembro y presidente.
A él se debe, en unión de otros médicos directores de baños, la creación en 1876 de la Sociedad Española de Hidrología Médica, de la que fue presidente muchos años, y la fundación del periódico Anales de Hidrología, que dirigió y en el que colaboró por largo tiempo, siendo también socio honorario y correspondiente de todas las Sociedades de Hidrología de Europa, mereciendo en Francia e Italia distinciones y diplomas por sus importantes trabajos en esta rama de la medicina.
En el ámbito espiritista fue colaborador de El Criterio Espiritista, fundador de la Sociedad espiritista denominada «La Fraternidad Universal» y del peródico del mismo título, donde publicó artículos filosóficos y dio innumerables conferencias, no ya tan sólo sobre la doctrina espiritista, sino sobre todos las ramas del saber humano en las que su poderosa inteligencia alcanzó altos vuelos.
Siete años de práctica de la medicina tradicional fueron bastante para llevar al ánimo del Dr. García López el desencanto de los éxitos que soñara obtener en beneficio de la humanidad doliente confiada a sus cuidados. La gota que colmó su vaso, fue una neuralgia que en vano trató de combatir y de curar en un cliente con los medios ordinarios que la antigua medicina aconsejaba.
Conocedor del nuevo método del Dr. Hahnemann, ensayó en aquella enfermedad rebelde los medios indicados, consiguiendo con satisfacción y con sorpresa la curación de aquel mal que había resistido a su pericia en los tratamientos más recomendados.
Desde entonces – corría el año 1855 – dedicó todo su talento y sus afanes a profundizar y a ensanchar cada vez más sus conocimientos en el método homeopático, dirigiendo su investigación no solamente a los principios fundamentales de esta escuela esencialmente vitalista y como tal en perfecta armonía con las convicciones filosóficas que hacía tiempo profesaba, sino también a la materia médica de Hahnemann, fuente inagotable de saludables indicaciones terapéuticas.
Obtuvo innumerables éxitos con la terapéutica Hahnemanniana en el Hospital de Soria, sobre todo en una epidemia de viruela que allí se declaró, logrando salvar a la mayor parte de los enfermos ingresados por tal motivo en aquel benéfico asilo.
Medinaceli y los pueblos inmediatos también fueron testigos también de los brillantes resultados que García López consiguiera en la epidemia colérica de 1855 aplicando el método homeopático, resultados que repetiría brillantemente diez años más tarde de nuevo en Madrid, donde en 1865 otra epidemia de cólera llevó el luto a muchas de las familias de la capital española.
Tan notables fueron las estadísticas del tratamiento homeopático del cólera en aquella fecha, entre ellas las del Dr. García López, que llamaron la atención hasta de los adversarios del método del Dr. Hahnemann, quienes llegaron a negar su exactitud, para después reconocerla ante la autenticidad de los hechos enunciados.
Fue Secretario general de la Sociedad Hahnemanniana Matritense, durante muchos año redactor del periódico El Criterio Médico en el cual, entre multitud de artículos notables, sobresalen sus famosas Cartas críticas sobre la medicina y los médicos, que después se publicaron en edición separada en la ciudad de Salamanca.
Como producto de su iniciativa, en 1872 fue aprobado por la Sociedad Hahnemanniana Matritense en el siguiente mes de Mayo, el proyecto que dio origen a la fundación del Instituto Homeopático y Hospital de San José, llevada a feliz término por el Dr. Marqués de Núñez, quién dotó a España del por muchos años único Centro docente de la doctrina homeopática, asilo a la vez de enfermos que fueron tratados por tan benéfico método curativo.
El Instituto Homeopático y Hospital de San José está declarado BIC (Bien de Interés Cultural) desde 1997, se terminó de restaurar en el año 2009, después de decenios de abandono.
También a Barcelona llevó su iniciativa el año 1889 para la fundación de una Academia y de un Hospital homeopático, creándose después la Academia Homeopática Barcelonesa, de la que fue presidente honorario el Dr. García López. La Revista de Homeopatía fue el órgano oficial de dicha Academia.
El Dr. García López fue propagador infatigable de la doctrina espiritista y de la medicina homeopática. En este sentido fue autor de numerosos artículos, libros y opúsculos interesantes, entre los cuales citaremos los siguientes:
– «De los Sistemas médicos».
– «Curación de la catarata sin operación».
– «De la Intoxicación paludiana, intermitentes y fiebre amarilla, cólera, peste».
– «Del cólera asiático, su tratamiento, estadística».
– «Instrucción popular sobre el cólera asiático y preceptos higiénicos».
– «Casos prácticos de Medicina legal, de patología interna y quirúrgica».
– «De las crisis, defensa del vitalismo».
– «Estudios geológicos, formación de la tierra, desarrollo y evoluciones de la vida orgánica».
– «Hidrología médica, distribución geográfica de las aguas minerales de España».
– «El indispensable para los bañistas de Ledesma».
– «Monografía de las aguas minerales de Ledesma».
– «Guía del bañista en España, con un mapa balneario».
– «Memoria sobre las aguas de Alhama de Aragón».
– «Cartas críticas sobre la Medicina y los médicos».
– «Lecciones de Medicina homeopática dadas en la Universidad de Salamanca».
– «Refutación del materialismo y Exposición y defensa del espiritismo».
– «Ventajas del gobierno republicano».
– «Conferencias sobre Cosmología, Antropología y Sociología».
– «La Medicina del siglo XIX (Novela científica)».
El Dr. Anastasio García López, falleció el día 1 de mayo de 1897 en la ciudad de Sevilla, a la edad de setenta y tres años.
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FUENTE: La mayor parte de este texto está basado en un artículo-necrología publicado en la revista El Propagador Homeopático, Año II, nº 1, Madrid, mayo de 1897.
MI CONVERSIÓN AL ESPIRITISMO
Por: Dr. Anastasio García López (1824-1897)
Cuando mi buen amigo Huelbes (1) publicó en El Buen Sentido un artículo encaminado a explicar cómo había él llegado a ser espiritista, invitando a otros a que escribiesen también su conversión a esta doctrina, me pareció un pensamiento aceptable, como todos los suyos, y me creí obligado a seguir su ejemplo, correspondiendo de este modo a los deseos del benemérito adalid de nuestra escuela, D. José Amigó y Pellicer, a quien hace tiempo ofrecí enviarle la presente nota, que he redactado con el recuerdo de mis creencias pasadas y es, por lo tanto, la expresión fiel de la evolución de mi espíritu desde que tuve uso de razón.
Desde muy niño, cuando apenas tenía tres años, perdí a mi padre, y mi educación quedó, por consiguiente, al exclusivo cuidado de mi virtuosa madre, imbuyéndosenos todo lo que constituye el dogma de la iglesia católica romana. Mas ya en aquella tierna edad mi razón infantil se rebelaba algún tanto contra lo que me decían eran misterios y yo hacía multitud de preguntas a mi madre y a otras personas que merecían mis respeto, ora sobre el pecado original, ora sobre la confesión y la comunión, ora sobre el cambio sustancial del vino y de la ostia en carne y sangre de Cristo, y sobre otra porción de asuntos que se resistían a mi inteligencia y con cuyos problemas me hacía impertinente casi siempre, imponiéndoseme silencio con la máxima de que todas esas y otras cosas debía creerlas sin que jamás me inspirasen dudas, porque la fe en lo que enseñaba la Iglesia estaba por encima de lo que mi razón me sugiriera.
A fuerza de inculcarme esas ideas llegué a ser católico, apostólico, romano tan ferviente, que hubiese arrostrado el martirio antes que abjurar de mis creencias, y me entusiasmaban y hasta envidiaba la suerte de los santos que habían dado su vida por defender la religión católica.
Terminada mi instrucción primaria y de la gramática latina, ingresé en el Instituto Provincial de Murcia en una época en la cual el liberalismo imperaba ya en España, y el personal de profesores de aquella ciudad era un plantel de ilustrados jóvenes que vertían entre sus alumnos ideas enteramente opuestas a las que yo había recibido en la escuela y en el hogar doméstico. Mis estudios de psicología por Condillac y otros autores de su mismo sistema, que eran los señalados de texto; las nociones que se me dieron sobre astronomía y de ciencias naturales y físico-químicas; todo lo que, en una palabra, formaba el conjunto de mi segunda enseñanza, abrió para mi nuevos horizontes y mi espíritu entró en una fase enteramente opuesta a la anterior.
Mi afición a la lectura hizo que no me limitase a los libros de las asignaturas, sino que devoré otros muchos con la misma avidez que antes había leído «El Año Cristiano», «El Martirologio», «El Flos Sanctorum», «El Evangélico Triunfo» y otros muchos de este género que habían contribuido a fortalecer mi fe, los cuales sustituí después con «La Moral Universal» y «El Buen Sentido» por el Barón d’Olbach, con «El Origen de los Cultos» por Dupuy, «Las Ruinas de Palmira» por Volvey, y otros análogos. Pasé, pues, del fanatismo católico al fanatismo materialista, en cuyas últimas creencias me afirmé más cuando emprendí la carrera de médico, cuyos estudios, tal como se hacían en mi época en Madrid, conducían a ellas, como conducen hoy todavía.
Hubo en mi una circunstancia especial que preparó mi razón para seguir más tarde por otro sendero, y fue la de simultanear con la carrera de medicina la de ciencias filosóficas, con cuyo motivo me aficioné a lo que por entonces se venía llamando filosofía alemana, y atravesando por la multitud de dudas que siempre asaltaban a mi espíritu, fue la postrera evolución de mis creencias la del panteísmo. Nunca fui escéptico ni ecléctico, y me sentía con una necesidad irresistible de conocer las causas de todos los fenómenos, así del orden físico como del orden moral; y como que desde que mi razón tuvo la consistencia que le es propia, no me explicaba todos los problemas de la vida ni todos los fenómenos de la naturaleza, ni por el catolicismo romano, ni por el materialismo, ni por el panteísmo, fui pasando por todas estas doctrinas, que admitía y desechaba después, fijándome últimamente en la panteísta, porque era la que menos vacíos dejaba a las aspiraciones de mi inteligencia y de mi conciencia. Pero, aún así y todo, no quedaba satisfecho por completo mi espíritu, que aspiraba siempre a buscar el porqué de todas las cosas.
En el orden fisiológico yo conocía el funcionamiento orgánico, pero ni la histología ni la química me explicaban el sonambulismo natural ni el provocado, de los que había tenido ocasión de observar muchos casos, como también otros de presentimientos y adivinaciones en varios estados patológicos de algunos de mis enfermos. Tampoco me daba razón por la química orgánica ni por la estructura de los tejidos, de estados letárgicos prolongados, de muertes aparentes, ni del hecho curiosísimo que había leído de haber personas que por una educación especial llegaban a adquirir condiciones fisiológicas a propósito para sumergirse voluntariamente en una muerte temporal, suspendiéndose por un tiempo largo la circulación, la respiración, la nutrición y las secreciones, como lo hacen algunos fakires de la India. Otros muchos fenómenos de orden fisiológico y patológico, cuya causa en vano yo inquiría, eran un estímulo permanente que impulsaba mi razón y mi imaginación a buscar teorías o a inventar hipótesis que me diesen la clave de tales hechos.
En el orden moral buscaba también la justificación de tantos sucesos, al parecer anómalos, contradictorios y nada equitativos ni armónicos. ¿Por qué hay seres que nacen condenados a vivir en la miseria y en la ignorancia, siendo su vida un encadenamiento de dolores y sufrimientos de todo género, no obstante su conducta ordenada y tener condiciones orgánicas y de espíritu para entrar en la participación del bienestar de la humanidad, al paso que hay tantos malvados y tantos imbéciles que nacen y viven en medio de la opulencia, siendo su vida una vida de goces no interrumpidos? ¿Por qué hay, al parecer, tantas injusticias sociales, tantas iniquidades en la humanidad, tantas desigualdades entre los hombres? ¿Qué objeto tienen los seres que nacen y mueren sin haber llenado ninguna misión en la tierra? Estos y otra multitud de problemas me venía yo planteando y les buscaba su razón de ser en la hipótesis del panteísmo, del ateísmo y del espiritualismo teológico, sin que ninguna de ellas dejase satisfecho mi entendimiento ni mi conciencia.
Había oído hablar alguna vez del Espiritismo, pero nada había leído ni visto y juzgaba como absurdo lo poco que conocía de esa doctrina, no obstante que ya por aquella época se me presentaban espontáneamente algunos fenómenos insólitos que yo me explicaba como producto de acciones de magnetismo biológico, entre ellos dos relacionados con la pérdida de un hijo mío acaecida cuando tenía la edad de 12 años. Fue el primero un presentimiento de su muerte cuando él se hallaba en completa salud, siendo invadido, a poco tiempo de ese presentimiento, de un tifus que me lo arrebató en pocos días. El segundo hecho fue la aparición de este hijo querido, el cual vi la misma noche del día de su defunción, hallándome a oscuras en mi dormitorio, presentándoseme como formado por un gas luminoso, parecido a la luz que da el fósforo cuando se le frota entre los dedos estando uno en la oscuridad. Estos dos hechos impresionaron fuertemente mi espíritu, mas procuré hallarles la explicación dentro de mi filosofía panteísta y de mis teorías sobre el magnetismo.
Sin embargo de esto, la duda se apoderaba de mi espíritu acerca de esos fenómenos y elaboraba hipótesis en mi pensamiento para buscar explicaciones que satisfacieran más mi razón, y algunas estaban de acuerdo, según pude apreciarlo después, con la doctrina espiritista que yo no conocía. Y tanto en esto verdad, que habiendo publicado una novela, titulada «La magia del Siglo XIX», por encargo de un editor, sin yo saberlo ni conocerlo salió una novela que contiene la narración de muchos fenómenos espiritistas explicados con arreglo a esta doctrina.
Cuando tuve la aparición de mi hijo, me entró gran deseo de concurrir a alguna de las reuniones de los espiritistas, y averigüe se juntaban unos cuantos en casa del entonces coronel de ingenieros, Sr. Pérez de Rosas. Híceme presentar a este caballero y obtenido su consentimiento para asistir a las sesiones semanales, fui a la primera que tuvo lugar después de mi visita. No conocía a ninguna de las personas que formaban aquella tertulia, cuyas conversaciones y cuyo lenguaje eran desconocidos para mí. Me hablaron de las facultades medianímicas de varios de ellos, cosa que por el pronto no comprendí hasta que fui viendo lo que en la reunión se hacía. Debo confesar que mis primeras impresiones fueron desfavorables y creí hallarme en una reunión de ilusos, faltos de sentido común. Me invitaron a que preguntara lo que quisiera a cualquiera de los médiums y habiéndome sentado junto al Sr. Huelbes, a quien veía por vez primera, éste me dijo que si acudían a nuestra evocación espíritus que le inspirasen las contestaciones a mis preguntas, él me las daría inmediatamente.
Evocamos a Samuel Hahnemann, y habiendo escrito a poco el Sr. Huelbes: «Aquí está», comencé a plantear una serie de problemas dificilísimos sobre medicina homeopática, y apenas había formulado uno, cuando ya comenzaba el médium a escribir con admirable rapidez, llenando pliegos cuya lectura me sorprendió por la corrección del estilo y por los conceptos elevados con que resolvía las cuestiones que yo planteaba. Entusiasmado con este experimento, no presté atención a los demás hechos de la sesión, y era para mí inexplicable la manera como se escribían aquellos magníficos artículos, que podían figurar en un periódico científico, tan de repente y sin mediación previa, en medio de los ruidos y de las conversaciones que había en la sala, por una persona no versada en las ciencias médicas, pues el Sr. Huelbes, aunque años después estudió medicina, entonces era muy joven y estaba cursando derecho en la facultad.
Mi sorpresa subió de punto cuando, terminadas las comunicaciones sobre cuestiones de homeopatía, evoqué el espíritu de mi hijo y el Sr. Huelbes me dijo que lo estaba viendo tal como era cuando vivía, y no obstante que no lo había conocido ni yo le había suministrado ningún dato, me lo describió tal cual había sido, detallando sus facciones, su color, el traje con que se le amortajó y todas las minuciosidades necesarias para convencerme de que realmente Huelbes veía a mi hijo. Este me dio seguidamente una comunicación de nuestra vida íntima, empleando el estilo y ciertas frases que le eran propias y características, en tales términos que, cuando Huelbes me lo leyó, me parecía que estaba oyendo hablar a mi hijo. Para que no me quedase vestigio alguno de duda, la comunicación estaba firmada con la inicial E, y mi hijo se llamaba Emilio, cosa que ignoraba el Sr. Huelbes, como igualmente todas las personas de aquella reunión.
Al retirarme a mi casa mi cabeza estaba como un volcán. No pude dormir en toda la noche y a la mañana siguiente mi primera ocupación fue ir a la librería de Bailly-Balliere a comprar todas las obras que tuviese de Espiritismo. Se abrió para mí un nuevo horizonte, había encontrado la clave de todos los problemas que por tantos años agitaron mi espíritu, buscando su causa y su explicación en todas las filosofías sin haberme dejado nunca satisfechas mi razón ni mi conciencia. Durante algunos meses me entregué de lleno a la lectura de los libros de Allan Kardec, asistía a las reuniones de casa del Sr. Pérez de Rosas, mi mujer y mis hijos se hicieron también espiritistas, nos dedicamos en mi casa y con los individuos de mi familia a ensayar la producción de fenómenos y obtuvimos cosas tan portentosas como no las he visto después en ningún círculo de los muchos a que he asistido. Dos sobrinos míos resultaron médiums con muchas facultades, entre otras la de sonambulismo lúcido con visión del provenir. Pude hacer con tales elementos no solamente la comprobación experimental de la verdad de mis nuevas creencias, sino una extensa propaganda entre mis parientes y en mis relaciones sociales, habiendo desde entonces puesto mi actividad al servicio de la escuela espiritista, sin temor a las censuras ni al ridículo de que con frecuencia he sido objeto, ni mucho menos a las excomuniones que los obispos de Salamanca y el Burgo de Osma fulminaron contra mi con ocasión de un folleto que publiqué, titulado «Exposición y defensa de las verdades del Espiritismo».
He aquí reseñado como yo me hice espiritista y porqué permanezco en estas creencias. Encontré en ellas el concepto que mi conciencia buscaba sobre la causa primera; conocí hasta donde le es posible a la inteligencia del hombre de la tierra, al Dios de la ciencia, muy diverso del Dios de las religiones positivas; ya no rechazaba mi razón el espiritualismo, sino que, despojado de la ontología con que me le dieron a conocer, había llegado a la posesión de medios para demostrar, práctica y experimentalmente, la existencia del espíritu, la perpetuidad del ser, su permanente individualidad a través de múltiples organismos y en muchos mundos, constituyendo todos los espíritus la humanidad esparcida por todo el Universo y siendo, por tanto, cada planeta una ciudad habitada por seres inteligentes y perfectibles. Desde entonces tuve la solución a todas mis anteriores dudas, pude ver resueltos todos los problemas de la vida individual y social, comprendí el progreso como una ley ineludible y la religión armonizada con la ciencia. Se disiparon los hechos sobrenaturales a que tan refractaria había sido siempre mi razón y vi que esos fenómenos portentosos, referidos como una realidad en todas las épocas y en todas las civilizaciones, estaban subordinados a leyes naturales que no se habían conocido ni investigado y que solamente con la doctrina espiritista se les hallaba la causalidad y la razón de su existencia. Ya no se me hizo imposible la revelación, toda vez que comprendí la evidencia de las comunicaciones entre los vivos y los espíritus que se hallan en la erraticidad o en la vida libre y, por lo tanto, la ciencia armonizada con la fe razonada encontraba un auxiliar en esas revelaciones para ampliar la esfera de sus conocimientos. El Espiritismo me hacía ver las leyes providenciales en la creación entera y en la marcha y desarrollo de la humanidad; comprendí la religión única y universal, sin templos, culto ni sacerdotes, porque su templo es el espacio infinito y la infinidad de mundos que ruedan eternamente en el inmenso piélago de la materia cósmica, cuya esencia es la inteligencia absoluta y cuyo dogma es el trabajo que eleva el alma hasta Dios, el estudio de las leyes de la naturaleza, a favor del cual se le comprende cada vez mejor, y la práctica de la caridad y el amor a todos los seres, mediante lo que el espíritu progresa y se perfecciona eternamente, desapareciendo esos mitos del infierno, el purgatorio y de la beatitud inmóvil de las religiones positivas, como otros tantos errores que han servido de rémora al progreso humano.
Ciertamente que, a pesar de esta amplitud de mi razón a favor de las verdades del Espiritismo, queda todavía una aspiración en mi alma a penetrar problemas que mi inteligencia y mi conciencia se plantean sin encontrarles una solución que me satisfaga: pero el Espiritismo me enseña también que no puedo, en las condiciones actuales de mi existencia, llegar a esas esferas de conocimientos que quisiera yo poseer, y hasta en mis dudas y en mi ignorancia me sostiene y alienta, porque se llegará un tiempo en que, a favor de sucesivos perfeccionamientos que acumularé en los millares de vidas que tendré en miles de mundos, mi inteligencia habrá desplegado nuevas facultades que ahora no tiene y serán más profundas y extensas las actuales, acrecentándose a proporción de esto mis conocimientos sobre Dios y sus obras, o sea, sobre la Naturaleza, e iré satisfaciendo este deseo que tengo de saber siempre más.
Y he aquí explicado cómo y porqué soy yo espiritista.
Madrid, Octubre de 1882.
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[…] Grandes figuras del espiritismo español: El Dr. Anastasio García López. En Grupo Espírita La […]
Extraordinaria la vivencia del doctor García López, en un momento clave del renacimiento de muchas escuelas del entonces mundo del siglo XIX.