LO QUE ME ENSEÑÓ EL ESPIRITISMO1
Por: Amalia Domingo Soler
He debido al estudio del Espiritismo mi redención, porque vivía esclava de la pobreza, de la ignorancia y de una enfermedad dolorosísima; porque la falta de la vista da todos los males quitando todos los medios de acción. El que apenas ve, tropieza en todas partes y cuando quiere hacerse útil, se convierte en estorbo enojoso porque rompe todo cuanto toca, llevándose tras de sí los objetos.
El estudio razonado del Espiritismo es de imprescindible necesidad para los que sufren, porque no hay ningún ideal, religioso o filosófico, que de contestación satisfactoria a la pregunta que le hacen los desgraciados.
Yo bien preguntaba a Jesús la causa de mi infortunio y uno de sus intérpretes en la Tierra, un pastor evangélico, me decía:
«- No te impacientes, no te desesperes, no profundices cuestiones que nunca comprenderás; ama a Dios, cree en la divinidad de Jesús, resígnate con el peso de tus culpas y no murmures.
– Pero señor – decía yo con impaciencia -, ¿qué culpas son esas, si a los ocho días de nacer me quedé ciega?, ¿qué culpa pagaba yo entonces, si no tenía tiempo de haber pecado?.
– Sería para mortificación o escarmiento de tu madre.
– Y ¿porqué había yo de servirle de tormento sufriendo dolores que no merecía, puesto que aún yo era impecable?
– Nadie hay impecable, puesto que tiene el pecado de origen, originario de sus primeros padres, de Adán y Eva, que no obedecieron los mandatos del Señor.
– Y, entonces, si todos son pecadores, ¿no se quedan todos ciegos, mancos, mudos, cojos o tullidos? Bien hay personas que no sufren el menor quebranto en su salud durante su larga vida.
– Tienen penas en otro sentido.
– Y el que, como yo, las ha tenido físicas y morales desde que nací, ¿porqué para unos la luz y para otros la sombra?
– Hay misterios que el hombre no sabrá jamás; sigue con tu cruz las huellas de Jesús y un día entrarás con él en el reino de los cielos».
Este era todo el consuelo y la esperanza que me daba la religión de la Reforma. El ateísmo me ofrecía el suicidio como único puerto de salvación; así es que, la religión me dejaba en brazos de la mendicidad, sin más porvenir que vivir de limosna, un asilo para la vejez y un hospital para morir, y el ateísmo me ofrecía la muerte, la nada, el no ser. El Espiritismo, en cambio, me dijo:
«Hasta el último segundo de tu actual existencia podrás trabajar en bien de la humanidad y en el progreso de tu espíritu; no eres más desgraciada que los otros por pertenecer a la raza de los desheredados, tal casta no existe mas que en la mente calenturienta de las religiones deicidas, que siempre les ha convenido crear siervos degradados para mantenerlos en la ignorancia y en la humillación.
En ti no hay más vicios ni más virtudes, que en la generalidad de los hombres; tienes, como todos los espíritus, el tiempo y a eternidad por patrimonio y tu libre albedrío para buscar el nido de las águilas o las madrigueras de los topos; puedes llegar a ser asombro de los siglos venideros por tu profunda sabiduría, o permanecer estacionada como los sacerdotes de las religiones; puedes servir de ejemplo por tus virtudes o ser piedra de escándalo por tu desenfreno. El hombre es hijo de sus obras, sobre ti pesan hoy tus desaciertos de ayer, las espinas te hieren porque ayer pisoteaste las flores, la luz te falta porque preferiste vivir en la sombra del vicio; pero la luz existe para ti, como existe para todos los seres que pueblan los mundos.
Tu pobreza no te condena a la mendicidad, aún puedes trabajar; tu carencia de familia no es un maldición que pesa sobre ti, puedes creártela espiritualmente; tus tareas literarias de otro tiempo, hoy te pueden facilitar los medios para aceptar la comunicación de los espíritus dando forma a sus revelaciones. No poseerás riquezas, no brillarás entre los grandes sabios, pero trabajarás en tu progreso y serás útil a los que son más desgraciados que tú.
No te confundirás con los mendigos, no vivirás en la humillación y en el abandono; tu trabajo te puede hacer libre, el que quiere trabajar se conquista un porvenir».
Esto me dijo el Espiritismo, y así ha sido en realidad. En cambio, los que buscan la comunicación de los espíritus para saber donde hay tesoros escondidos, qué número deben elegir en los billetes de la lotería para sacar el primer premio, qué medios deben emplear para adquirir tal o cual herencia, qué camino será el más corto para ser maestro en una ciencia determinada sin quemarse las pestañas estudiando ni pasar malos ratos haciendo cálculos matemáticos, para estos espiritistas de conveniencia, no tendrá nunca el Espiritismo ni una sonrisa ni una flor. Antes muy al contrario, pueden ser objeto de burlas terribles que les harán conocer -aunque tarde- que los espíritus elevados no se asocian jamás a las miserias humanas.
Los que crean que el Espiritismo es un arte de hacer fortuna o un modus vivendi, como las demás religiones, incurren en un error gravísimo, porque las comunicaciones razonables de los buenos espíritus no son nunca para decir: Deja tu hacienda y corre, que en tal punto hay un tesoro escondido esperando tu llegada. No, lo que dice es: Trabaja hoy más que ayer y mañana más que hoy, y con tu propio esfuerzo encontrarás lo suficiente para vivir.
Mala empresa tienen también los que comienzan por fingirse médiums, para abusar de la buena fe de las madres afligidas que lloran la muerte del hijo más amado; o de la credulidad de huérfanos desvalidos, dándoles comunicaciones apócrifas, fingiendo ser los espíritus por quienes lloran aquellos que los han evocado, pidiendo a sus deudos, con más o menos disimulo, cantidades en metálico. Mala empresa tienen, repito, porque los falsos médiums juegan con fuego y, al fin… se queman, siendo, cuando menos lo piensan, juguete de espíritus inferiores o víctimas de invisibles enemigos, que a nadie faltan, ni en la Tierra ni en el espacio.
El Espiritismo es luz y es sombra, es vida y es muerte; es la razón natural iluminando todo cuanto existe, y es la obcecación y el fanatismo más ridículo2.
Para estudiar el Espiritismo no se debe abdicar nunca del propio criterio, no se debe considerar a los espíritus como los creyentes de la religión católica apostólica romana, que conceptúan a su confesor como si fuera la imagen de Dios en la Tierra, dejando que él piense por ellos. No, las comunicaciones deben leerse y examinarse detenidamente si son escritas, y escucharlas con atención profunda si son parlantes, y siempre que los espíritus no aconsejen el fiel cumplimiento de todos los deberes, el afán por el trabajo y el deseo del bien universal, no deben aceptarse sus consejos si en ellos demuestran parcialidad y tienden hacia la desunión entre la familia o determinados amigos.
No es tampoco prudente ni razonable, estar de continuo importunando a los espíritus, tomándoles parecer para las cosas más triviales de la vida, porque lentamente, sin darse uno cuenta de ello, se va pasando con armas y bagajes al campo del fanatismo. En su justo medio está la virtud.
Si al Espiritismo se le considera como una nueva religión, si se convierten los espíritus en otros tantos ídolos y los médiums en sacerdotes, es mejor, es preferible mil y mil veces, ignorar siempre la vida de ultratumba para evitar obsesiones y subyugaciones de fatalísimos resultados.
Si al Espiritismo se llega con miras interesadas de hacerse rico y sabio3, en un abrir y cerrar de ojos se sale chasqueado y burlado cruelmente, como le sucede siempre al que en todos los actos de su vida solo pretende vivir sin trabajar. En cambio, todo aquel que con sana intención ha preguntado a los espíritus ¿quién fui ayer?, ¿en qué grado de progreso estoy?, ¿qué seré mañana?, ha obtenido contestación satisfactoria, como la obtuve yo, que he hallado en el estudio del Espiritismo raudales de luz y de verdad.
Yo vivía completamente desesperada, el peso de mi infortunio era superior a mis débiles fuerzas, y hoy, si bien no soy dichosa -porque no tengo condiciones para serlo-, tengo la íntima convicción, la certidumbre absoluta, que no soy víctima del capricho de un Dios que crea a su antojo -según la religiones- desheredados y elegidos, sino que efecto del mal uso que hice ayer de mi libre albedrío, hoy recojo las espinas de los vicios que sembré. Y aunque mi expiación me obligara aún a concluir mi existencia actual en la puerta de una iglesia, pidiendo una limosna para no morir de hambre, en ese ínfimo lugar, en el último escalón en el cual se sientan los pobres honrados, aún allí me serviría la enseñanza de los espíritus. Recordaría los trabajos que he hecho propagando el Espiritismo y mi alma sonreiría pensando en su porvenir, porque todos los seres que me bendicen en la Tierra, indudablemente me abrazarán en el espacio. Todos esos presidiarios que hoy en su encierro me recuerdan con fraternal ternura, serán mis buenos amigos de mañana y Dios sabe los beneficios que de ellos recibiré y las pruebas de afecto que en momentos de agonía me darán.
Por mucho que aún me quede que pagar en esta encarnación, no por eso perderé ni un átomo del bien que he adquirido estudiando el Espiritismo. Para mí ha sido raudal de vida, fuente de salud, mina de progreso y demostración innegable de la justicia, de la grandeza y la sabiduría de Dios.
Descubrimiento tan precioso no he querido que quede oculto en mi mente. Antes al contrario, he pensado en las mujeres desgraciadas que pululan por la Tierra, cuyo número es incalculable, y para ellas he escrito esta sencilla narración4, que tiene el mérito de ser fiel trasunto de cuanto he sentido y he pensado referente a las religiones y a la filosofía.
Aconsejo a las mujeres que lloran que estudien el Espiritismo, porque sólo el conocimiento exacto de la verdad de la vida, puede consolar las grandes desventuras.
Antes de conocer el Espiritismo, ¿qué era yo en la Tierra? Una hoja seca que el viento del infortunio lanzaba de un lado a otro, una piedra que en todas partes estaba fuera de lugar.
¿Qué soy ahora? Uno de los obreros del progreso, un ser útil a los más desgraciados y despreciados de este mundo, una mujer muy pobre en bienes materiales -puesto que nada poseo-, pero dueña, a la vez, de riquezas fabulosas, porque he llegado a convencerme que mañana seré sabio entre los sabios y bueno entre los buenos, todo depende de mi voluntad, de mi abnegación, de mis sacrificios, de mi amor al progreso, de mi adoración a Dios cumpliendo sus leyes eternas. Y como yo quiero salir de la sombra y vivir en la luz, confío ser, después de algunos siglos, un apóstol de la verdad divina, un mesias revelador de nuevas civilizaciones, un redentor que anuncie a los hombres ¡un día de gloria!, ¡un día de sol!, ¡una era de paz!, una ley de amor que enlace todos los pueblos y sea este planeta un mundo feliz.
¡0h!, sí!, yo confío volver a la Tierra con las blancas vestiduras de un apóstol de progreso para decir:
Alégrate, raza humana!, ya no sentirás los rencores del odio, ya las guerras no ensangrentarán tu suelo, ya las envidias no te inducirán al crimen, las flores te darán sus perfumes sin herirte con sus espinas, las avecillas entonarán sus melodiosos cantares, la Ciencia te ofrecerá sus inventos y sus descubrimientos maravillosos, el ángel de la Caridad tenderá sus alas diciéndote: ¡Adiós, raza terrena!, ya no necesitas que yo te inspire, ya no tienes huérfanos desamparados ni ancianos desvalidos, ya no tienes viudas sin hermanos cariñosos, ya todos tenéis familia, ya no hay almas enfermas que mueren de frío en su soledad, ya os adivináis el pensamiento, ya os apresuráis a protegeros los unos a los otros, ¡ya os amáis!… ya sois uno para todos y todos para uno, ya habéis inscrito en el frontispicio del gran templo de vuestras leyes, lo que lleváis grabado en vuestra conciencia: ¡Fraternidad universal!.
¡Adiós planeta Tierra!, me alejo de tu suelo porque ya no tienes pobres que necesiten vivir bajo el manto de la Caridad.
Y el ángel del amor, del consuelo, la divinidad de los atribulados se alejará por siempre del globo terráqueo.
Sí, yo volveré en esa época de los días de sol, de las noches luminosas, porque la ciencia y el trabajo del hombre habrán desterrado las sombras de este mundo.
¡Luz habrá en los cielos!, ¡luz en las conciencias!, ¡luz en los abismos!, ¡luz en todas partes!. El reinado de la luz lo han anunciado todos los profetas y el progreso trabaja para que la luz irradie en los mundos de expiación. Yo, que adoro el progreso, seré uno de los muchos obreros que consagraré millones de existencias al bien de la humanidad.
Y todo el adelanto que yo veo en lontananza, todas las civilizaciones en las cuales tomaré parte activa, todo el amor que consagraré a mis semejantes, todo el trabajo que emplearé en mi perfeccionamiento, toda la ciencia que adquiriré, todo el sentimiento que me elevará y me apartará de las miserias humanas, todo cuanto adquiera mi espíritu de sublimidad y de grandeza, todo lo deberé, todo, absolutamente todo, al estudio razonado del Espiritismo; por él me he convencido que los muertos viven, que los espíritus conservan en el espacio memoria, entendimiento y voluntad; que sólo por la abnegación y el sacrificio en bien de la humanidad, el espíritu se engrandece y penetra en los mundos donde existe la felicidad.
¡Bendita sea la hora en que conocí el Espiritismo!, ¡benditos sean todos los espiritistas que me han protegido en esta existencia! Mi gratitud hacia ellos durará eternamente, porque les he debido el progreso de mi espíritu y el sostenimiento material de mi organismo, que sólo el pobre sabe agradecer y apreciar en su valor, los favores que recibe. Es necesario haber sentido la angustia del hambre para recordar eternamente el día en que se dejó de padecer. Yo creo que en el mundo más feliz recordaré siempre la humilde casita del Centro La Buena Nueva, y al noble espíritu que me ofreció en ella generosa hospitalidad, a Luis Llach.
Y vosotros, seres de ultratumba, los que me inspiráis, los que me alentáis, los que me dais intuición para adivinar las maravillas del infinito, no me abandonéis, no me dejéis entregada a mis propias fuerzas, que éstas son débiles y escasas, como de sobra los sabéis.
Y tú, ¡madre mía!, espíritu de amor, de abnegación de sacrificio, de martirio, que tanto te desvelas por mí, que tanto bien te debí el tiempo que estuviste en la Tierra por tu maternal ternura, por tu inmenso sentimiento, y que desde el espacio me envías los efluvios de tu amor inextinguible, recibe la expresión de mi imperecedero agradecimiento y guíame siempre en el proceloso mar de la vida. ¡Bendita seas, madre mía!
Y tú, ¡espíritu querido!, al que conozco con el nombre del Padre Germán, tú que guías mis trabajos de propaganda, tú que me has aconsejado siempre la prudencia, la paciencia, la tolerancia, la humildad, la resignación, el desprendimiento, la abnegación, la generosidad, la templanza y todas cuantas virtudes pueden engrandecer al espíritu, tú que siempre me dices:
«Ama a Dios sobre todas las cosas y confía en su amor infinito, porque de Dios procede cuanto la creación encierra, y recurre siempre a él cuando las fuerzas te abandonen.
Ora con tu pensamiento, ora con tus buenas obras, ora siempre pensando en Dios; porque sin él la luz no existiría, ni la inteligencia que te individualiza te haría sentir y pensar. De Dios procedes, por él te engrandecerás, por él progresarás eternamente; sin él, serías aún parte integrante del Cosmos universal.
Si por Dios vives, si por Dios vivirás, ¿no puedes amarle?, ¿no debes rendirle avanzando en tu progreso cuanto puedas avanzar?».
Estas son tus enseñanzas; cuanto he progresado en esta existencia, todo lo debo a tus consejos. ¡No me abandones nunca, padre mío!, y deja que te dé tan dulce nombre, porque como padre amorosísimo me has guiado siempre por el mejor camino, para el engrandecimiento de mi espíritu.
¡Inspírame siempre! ¡Yo quiero ser grande! Yo quiero llegar no al límite de la perfección, porque éste no existe, pero al menos avanzar tanto como los espíritus que han dejado en pos de sí un rastro luminoso y que las humanidades han contemplado con el mayor asombro, creyendo buenamente que eran enviados de Dios.
¡Inspírame siempre, padre mío!, quiero poseer la ciencia de todos los sabios y las virtudes de todos los mártires que se han sacrificado en bien de la humanidad.
Gracia, 9 de Abril de 1891
NOTAS DEL GRUPO ESPÍRITA DE LA PALMA:
1) Este texto – al que hemos dado título – constituye la parte final de las «Memorias» que Amalia Domingo Soler escribió en vida, aparecidas, en sucesivas entregas, en las páginas de la revista que ella dirigía, «La Luz del Porvenir», entre agosto de 1890 y abril de 1891, “Memorias” que Amalia, ya desde el plano espiritual, completaría con algunos nuevos contenidos y un prólogo dictado mediúmnicamente.
2) Aún entendiendo perfectamente lo que Amalia quiere dar a entender, es más preciso y justo decir que el Espiritismo no tiene culpa alguna de las barbaridades que algunos hacen al cobijo de su nombre, prostituyéndolo. No es que el Espiritismo proyecte ninguna mala sombra sobre sus adeptos; al contrario, es la falta de entendimiento de algunos que erróneamente se califican como espiritistas, lo que proyecta una mala sombra sobre el Espiritismo, y en esto mucho tiene que ver la extendida confusión entre mediumnismo y Espiritismo.
3) Aspirar al conocimiento es sano, pero no de cualquier manera. Amalia alude aquí a algo a lo que ya había hecho mención en una párrafo anterior, cuando comentaba la terrible equivocación de quienes se acercaban al Espiritismo de forma interesada, buscando el «camino más corto para ser maestro en una ciencia determinada sin quemarse las pestañas», es decir, sin trabajar.
4) Se refiere Amalia a la totalidad de sus “Memorias”.
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