Un caballero llamado L. vino a verme hace unos días por acuerdo previo. El es norteamericano, delgado, de rostro demacrado, con la cabeza rasurada y la mirada penetrante. Dijo que había viajado durante más de dos años, los últimos ocho meses por la India, en busca de la Verdad; había oído hablar mucho de este país pero estaba decepcionado completamente: no había visto nada sino hambre y pobreza, corrupción y codicia aun en los templos, mero parloteo sobre las escrituras en los ashrams (1), donde muchos eran simples estafadores. Se hallaba particularmente decepcionado porque no encontraba a nadie que lo impresionara en ninguna forma, a pesar de las túnicas y los papeles que algunos asumían. Parece que había estado en el ashram de Ramana unos días antes y ahí conoció a una persona que estaba leyendo «Yo soy Eso». Cuando escuchó que L. hablaba acerca de sus viajes y fatigas, esta persona le comentó acerca de Nisargadatta Maharaj y de «Yo soy Eso»y añadió que Maharaj estaba muerto, pero él podía ir a Bombay y conocerme y además le dio mi dirección. No sé quién fue esa persona.
L. dijo que se había retirado de ingeniero hacía algunos años y desde entonces había sido un “buscador’. De 55 años y sin responsabilidades ni obligaciones en la vida, podía viajar a su entero gusto. Agregó que había leído bastante las escrituras de muchas religiones, pero lo que más le atrajo fue la no dualidad de la filosofía Vedanta. Saltaba a la vista que el hombre era sumamente intenso y sincero, pero también era obvio que había sido mal guiado (aunque, por supuesto su “viaje por la senda” fue parte del destino de ese mecanismo cuerpo-mente, del proceso de des-identificación que se estaba efectuando).
Quizá durante veinte minutos me habló sin parar, me detalló todo lo que había hecho y estaba haciendo al presente. Cuando repentinamente cesó de hablar (quizá al darse cuenta de que mientras él hablaba yo no había pronunciado una sola palabra) yo le pregunté: “Si tú sabes lo que estás haciendo, hacia dónde vas y a lo que te diriges, ¿cuál es tu problema?”
La pregunta lo desconcertó. Contestó con lentitud: “Ahora que lo pones de ese modo, pienso que la respuesta es «no sé»”. Le hice una segunda pregunta: “Tú, como un buscador, me has detallado el sadhana (2) y los esfuerzos que hiciste con el fin de alcanzar la Verdad. Pero, ¿cómo puedes buscar algo de lo cual no te has dado cuenta?” Por un momento quedó pensativo y de nuevo respondió “no lo sé”. Le dije: “Déjame hacerte una última pregunta: ¿qué es lo que hizo que te volvieras un «buscador» cuando de seguro hay muchos otros que tú conoces que no están interesados en lo más mínimo en la «búsqueda»? ¿Fue algún esfuerzo especial de tu parte que hizo que empezaras tu búsqueda, o fue algo externo que dirigió tu mente hacia adentro?” Esta pregunta lo desconcertó visiblemente.
Inclinado, con la cabeza en sus manos, guardando total silencio, se sentó un buen rato. Pacientemente esperé hasta que levantó su cabeza, luego me miró interrogante y dijo: “Temo que con tus preguntas en apariencia simples, me has confundido totalmente. Nadie me había interrogado así; tampoco en ninguna escritura me había topado con ellas; ni siquiera entiendo cuál es el objetivo de las mismas”. La respuesta fue: “La clave de estas preguntas es que cuando encuentres las respuestas, habrás encontrado la respuesta a todos tus problemas”.
Permaneció un rato con los ojos cerrados. Cuando se levantó y me miró con una sonrisa en el rostro, había una paz en aquella sonrisa que la hacía atractiva, sin esa tensión que parecía ser parte de aquel rostro anguloso de cabeza rapada. Dijo muy suavemente que nadie había expuesto ese asunto con tal perspectiva. Sentí una enorme compasión por él. Le dije que quizá había sufrido suficiente y por eso el destino lo había enviado hasta aquí. Pareció que iba a comentar algo, esperé, pero no añadió nada.
Repetí mi pregunta: “¿Qué es eso que hizo que abandonaras la vida mundana y te convirtieras en un buscador?” Ahora estaba listo para escuchar sin argumentar. Así que continué: “Algo (fuera de ti mismo) llevó tu mente hacia adentro; tú has olvidado este importante hecho básico y desde entonces has asumido el papel de una persona privilegiada —un «buscador»—, quien ha hecho muchas lecturas y puesto en práctica otro tanto de sadhana, y que por lo tanto tiene derecho a una recompensa en el camino de la iluminación”. Esperé deliberadamente su comentario, el cual llegó en forma espontánea. “Sí —dijo discreta y seriamente—, en realidad espero obtener la iluminación en este cuerpo y estoy dispuesto a hacer cualquier esfuerzo que sea necesario”.
Repliqué de inmediato y en forma espontánea: “No lo harás. No podrás”. Sin habérmelo propuesto y realmente sin intención, debo de haberlo estremecido hasta los huesos. Quizá tomó esto como una maldición o algo semejante porque se puso blanco a pesar del profundo bronceado que había adquirido durante sus prolongados viajes bajo el sol de verano indio. Me apresuré a explicarle:
“Entiende por favor que no quiero decir que la iluminación no se dará a través del instrumento corporal que llamas L; lo que digo es que «tú» no podrás «llegar a iluminarte» por la simple razón de que esa iluminación presupone la aniquilación del «yo» como un buscador”.
De allí en adelante hablamos cerca de dos horas más. Él iba en camino a un ashram de meditación, a unos 100 kilómetros de distancia, por un periodo de diez días. Se fue diciendo que a su debido tiempo regresaría para tener otra plática.
NOTAS
1. Santuarios donde se imparte alguna enseñanza espiritual o donde algún maestro espiritual residió y ofreció sus enseñanzas.
2. Cualquier tipo de práctica, vía o senda espiritual específica.
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