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Posts Tagged ‘despertar espiritual’

Afirma el reputado actor de comedias Jim Carrey en el siguiente vídeo que compartimos, reflejando una versión íntima, muy distinta a la de sus personajes, que «la espiritualidad alivia el sufrimiento». Pero esto no ocurre porque la espiritualidad sea una suerte de opiáceo psíquico, sino precisamente por todo lo contrario. La espiritualidad nos conecta con la realidad que somos, mientras que el sufrimiento es un signo que de alguna forma y en algún aspecto vivimos descentrados, alejados de nuestra verdadera realidad, atrapados en las engañosas redes del ego.

No obstante, dolor y sufrimiento, distintos y en tantas ocasiones convivientes, son aliados nuestros para el despertar cuando el amor no esta presente, cuando nos despistamos. El dolor es una flecha que apunta al aquí y al ahora cuando corremos riesgo de perdernos, cuando necesitamos enfocarnos de nuevo.

Idafe

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El Hua Hu Ching es la recopilación de 81 enseñanzas orales taoístas ―el mismo número que en el Tao Te Ching― que la tradición también atribuye a Lao Tse. En la etapa de luchas políticas en China durante el siglo XIV, este libro fue prohibido y quemados los ejemplares existentes. Afortunadamente, la práctica taoísta, basada en la transmisión oral de sus enseñanzas, permitió que el maestro Ni Hua-Ching las reprodujera después de su salida de China en 1976, colaborando en su posterior redacción y traducción, evitando así que se perdieran para siempre. En relación con su contenido, este se refiere al logro de la iluminación, la maestría y la paz de espíritu, transmitiendo su mensaje una enorme autoridad que revela el más puro origen taoísta.

El siguiente texto está extraído de esta pequeña – en extensión – obra, pero maravillosa por la profundidad y alcance de las enseñanzas que contiene. Pero, como ocurre con todo, esas enseñanzas pueden saborearse sólo cuando se comprenden.

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«Las personas de espíritu superior pueden despertar en tiempos de agitación, para sacar a los demás del lodo. ¿Pero cómo puede uno solo liberar a muchos? Primero, liberando su propio ser.

No hace esto elevándose a sí mismo, sino rebajándose a sí mismo. Se rebaja a sí mismo a lo que es simple, modesto y verdadero, integrándolo en sí mismo llega a ser maestro de la simplicidad, de la modestia, de la verdad. Emancipado totalmente de su previa vida falsa, descubre su naturaleza original pura, que es la naturaleza pura del universo.

Desprendiendo libre y espontáneamente su energía divina, trasciende constantemente situaciones complicadas y arrastra todo lo que le rodea de nuevo a su unidad integral.

Por ser una divinidad viviente, cuando actúa, el universo actúa».

Hua Hu Ching

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SOLO QUIERO CONOCERTE A TI

Por favor, no me hables de ‘Consciencia Pura’ o de ‘Vivir en lo Absoluto’. Quiero ver cómo tratas a tu pareja, a tus hijos, a tus padres, a tu preciado cuerpo.

Por favor, no me des sermones de ‘la ilusión del yo separado’ o cómo lograr felicidad en solo siete días.

Quiero sentir un calor genuino que irradie de tu corazón. Quiero escuchar lo bien que escuchas. Cómo te abres a la información que no se ajusta a tu filosofía personal.

Quiero ver cómo tratas a quienes no están de acuerdo contigo. No me digas lo despierto que estás, lo libre que estás del ego.

Quiero conocerte por debajo de las palabras. Quiero saber cómo eres cuando te encuentras en problemas.

Si puedes admitir tu dolor plenamente sin pretender ser invulnerable.

Si puedes sentir tu ira sin dar paso a la violencia.

Si puedes permitir la entrada a tu dolor sin volverte su esclavo.

Si puedes sentir tu vergüenza sin humillar a los demás.

Si puedes fastidiarlo todo, y admitirlo.

Si puedes decir ‘lo siento’, desde tu corazón.

Si puedes ser plenamente humano en tu gloriosa divinidad.

No me hables de tu espiritualidad, amigo. Realmente no estoy tan interesado.

Solo quiero conocerte a TI. Conocer tu misterioso corazón. Conocer al hermoso humano que lucha por la luz. Antes de ‘la persona iluminada’. Antes de cualquier palabra ingeniosa.

SOBRE EL AUTOR

Jeff Foster nació en Londres (Inglaterra) en 1980. Estudió Astrofísica en la Universidad de Cambridge. En este momento, se sintió abrumado por sentimientos de desesperación y soledad, que finalmente lo llevó a una enfermedad física y un colapso personal poco después de la graduación. Estaba convencido de que iba a morir. Regresó a vivir con sus padres y durante un año se dedicó a leer y estudiar sobre espiritualidad buscando alivio a su depresión. Esto terminó en 2006 con la disolución del sentido de separación, que él entendió como un despertar espiritual.

HISTORIA DEL DESPERTAR DE JEFF FOSTER CONTADA POR ÉL MISMO

Todo comenzó (y debo decir que no es mucho lo que ahora puedo recordar) una fría y lluviosa tarde de otoño en Oxford mientras paseaba. El cielo estaba oscureciendo y yo me arropaba en mi nuevo abrigo cuando, súbitamente y sin advertencia previa, la búsqueda de algo más se esfumó y, con ella, toda separación y toda soledad.

Y con la muerte de la separación, yo era todo lo que había. Yo era el cielo oscuro, el hombre de mediana edad que paseaba con su perro perdiguero y la anciana menuda que caminaba torpemente con sus botas de agua. Yo era los patos, los cisnes, los gansos y el pájaro de aspecto divertido con cresta roja en la frente. Yo era el encanto otoñal de los árboles y el barro que se me pegaba a los zapatos; yo era todo mi cuerpo, los brazos, las piernas, el torso, el rostro, las manos, los pies, el cuello, el pelo y los genitales. Yo era las gotas de lluvia que caían sobre mi cabeza (aunque, hablando con propiedad, no se trataba exactamente de “mi” cabeza, pero como desde luego estaba ahí, considerarla “mi cabeza” era tan adecuado como cualquier otra cosa). Yo era el chapoteo del agua en el suelo, el agua que se acumulaba en los charcos y llenaba el estanque hasta el punto de desbordarlo. Era los árboles empapados de agua, el abrigo empapado de agua, el agua que todo lo empapaba. Yo era todo empapado de agua y hasta el agua empapada de sí misma.

Entonces fue cuando lo que, durante toda mi vida, me había parecido lo más normal y corriente se convirtió súbitamente en algo tan extraordinario que me pregunté si las cosas no habrían sido siempre tan vivas, claras e intensas. Quizás había sido mi búsqueda vital de lo espectacular y de lo extraordinario la que me había llevado a desconectarme de lo absolutamente ordinario y a perder también el contacto, en el mismo movimiento, de lo absolutamente extraordinario.

Y lo absolutamente extraordinario de ese día era que todo estaba empapado de agua y yo no estaba separado de nada; es decir, yo no estaba. Como dijo un viejo maestro zen al escuchar el sonido de la campana, No hay yo ni campana, lo único que existe es el tañido, ese día no había “yo” alguno experimentando esa claridad, sólo había claridad, sólo el despliegue instante tras instante de lo absolutamente obvio.

Tampoco había, en ese momento, forma alguna de saber todo eso, porque no había pensamiento que nombrase nada como “experiencia”. Lo único que había era lo que estaba ocurriendo, sin forma alguna de conocerlo. Las palabras llegaron luego.

Y también había la sensación omnipresente de que todo estaba bien, de que todo estaba impregnado de una sensación de paz y de ecuanimidad, como si todo fuesen versiones diferentes de esa paz, aparte de la cual nada existía. Yo era la paz, y también lo eran el pato que sobrevolaba la escena y la anciana renqueante; la paz lo saturaba todo, todo estaba lleno de esa paz, de esa gracia y de esa presencia incondicional y libre, de ese amor desbordante que parecía ser la esencia del mundo, la razón misma del mundo, el alfa y el omega de todo. A esa paz parecían apuntar las palabras “Dios”, “Tao” y “Buda”. Esa era la experiencia a la que, en última instancia, parecen apuntar todas las religiones. Ésa parecía la esencia misma de la fe, la muerte del yo, la muerte del “pequeño yo”, con sus mezquinos deseos, quejas y planes, la muerte de todo lo que aleja al individuo de Dios, la muerte incluso de la misma idea de Dios (no en vano los budistas dicen: ¡Si ves al Buda, mátale!) y la zambullida en la Nada que se revela como Dios más allá de Dios, la Nada que constituye la esencia de todas las cosas, la Nada que da origen a todas las formas, la Nada que es el mundo con todo su sufrimiento y maravilla, la Nada que es la Plenitud total.

Pero esa supuesta “experiencia religiosa” no es ningún tipo de experiencia, porque en ella el “yo” que experimenta ha desaparecido. No, eso es algo previo y que se encuentra más allá de toda experiencia. Es el fundamento de toda experiencia, el sustrato mismo de la existencia que nadie podría experimentar por más que el mundo durase mil millones de años más.

Fue un paseo otoñal y húmedo en un día muy normal y corriente. Pero en esa misma normalidad se reveló lo extraordinario, resplandeciendo tan intensamente en la humedad, la oscuridad y el barro del suelo que el yo se disolvió, desapareció y se convirtió en Ello.

Y aunque esta descripción suene como si hubiera ocurrido algo muy especial, ese día, bajo la lluvia, no pasó absolutamente nada. Sólo fue un paseo normal y corriente un día de lo más normal y de lo más corriente.

Atravesé la gran puerta de hierro, crucé la calzada y me uní a otras personas para esperar, bajo la marquesina de la parada, la llegada del autobús.

Nada había cambiado, pero todo era diferente. Había atisbado algo, algo muy profundo y extraordinario que, a pesar de ello, era completamente normal y corriente. No había nada sorprendente en el hecho de que lo más ordinario se revelase como el significado único de la vida y de que quien hasta entonces había creído ser se revelase como un mero relato.

No había nada sorprendente en el hecho de que lo divino se revelase en lo absolutamente obvio y de que Dios fuese uno con el mundo y estuviera presente en todas y cada una de las cosas.

Subí al autobús y, cuando la lluvia arreció contra sus sucios cristales, sonreí. ¡Qué auténtico regalo estar vivo, ahora, en este instante, en este cuerpo y en este lugar concretos, aunque todo sea un sueño, aunque todo sea impermanente y aunque, por más que busquemos, no encontremos sino vacuidad!

Jeff Foster

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Manos con luces

SALIR DE LAS TRAMPAS DE LA MENTE

PARA COMENZAR A DESPERTAR 

 

Por: Eckhart Tolle

EEckhartTolle1ckhart Tolle fue investigador y supervisor en la Universidad de Cambridge. A los veintinueve años experimentó una profunda transformación espiritual que cambió su vida. Dedicó los años siguientes a comprender, integrar y profundizar esa transformación, que marcó el comienzo de un intenso viaje interior.

Entre sus libros cabe destacar «El Poder del Ahora» que le deparó innumerables lectores en todo el mundo y «El silencio habla», extraño e entrañable libro donde las palabras parecen susurrar desde el fondo de un profundo estado meditativo.

Lo que sigue es una entrevista en la que habla acerca de los obstáculos para la iluminación o lo que podríamos llamar «las trampas de la mente».

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Pregunta: ¿Qué es la Iluminación?

Eckhart Tolle: Un mendigo había estado sentado a la orilla de un camino durante más de 30 años. Un día pasó por allí un extraño. «¿Tienes algunas monedas?», murmuró el mendigo, estirando mecánicamente el brazo con su vieja gorra. «No tengo nada que darte», respondió el extraño. Y luego preguntó, «¿Qué es eso sobre lo que estás sentado?». «Nada», replicó el mendigo, «sólo una caja vieja. He estado sentado sobre ella desde que tengo memoria». «¿Alguna vez has mirado en su interior?», preguntó el extraño. «No», respondió el mendigo, «¿Para qué? No hay nada adentro». «Echa una ojeada», insistió el extraño. El mendigo logró entreabrir la tapa. Para su asombro, incredulidad y euforia, descubrió que la caja estaba llena de oro.

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